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CHOCÓ, EL LADO OSCURO DE COLOMBIA

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???????????????????????????????     Desde hace unas semanas estoy viajando con Elena, una andaluza que lleva tres meses por Latinoamérica. Juntas decidimos ir a Chocó, en la costa del Pacífico. Muchos colombianos te dicen que no vengas porque es pobre y peligroso. Y sólo es verdad lo primero. Aquí viven, totalmente aislados, los descendientes de los esclavos negros sin ninguna carretera que les una con el resto de Colombia y sin saber lo que es el facebook. En el Chocó están rodeados por la la típica selva colombiana: con sus ríos, sus jaguares y sus guerrilleros de las Farc. Pero basta con quedarse en la costa para no sufrir ningún percance.

Después de una hora en una avioneta en la que íbamos más apretados que los dedos del pie en unos zapatos de chúpame la punta*, llegamos a nuestro destino. Un sitio donde los niños se fabrican sus propios camiones de juguete con botellas y donde la gente es tan generosa que comparte contigo todo lo que tiene. Y todo lo que tienen es viche. Un licor que fabrican aquí que doy fe de que entra sólo.

El Valle es un sitio increíble: selva, ríos, mar, negros con unos músculos perfectamente definidos…  Pero sus habitantes no saben que viven en el paraíso. Ayer iba andando por la calle buscando una peluquería para raparme la nuca y un chaval se me acercó y me preguntó qué me parecía su pueblo. Yo le contesté la verdad: era lo que más me estaba gustando de todo Colombia. El chico se paró en seco, se puso muy serio y me dijo: “Señora, mire que mí no no me gusta que me tomen el pelo”. Casi le abrazo.

El eco cute hostel del aún mas eco cute Taylor

     En el Valle hay un sólo hay un hostel donde quedarse. Lo lleva Taylor, un treintaeñero de Kentuky rubio y con tatuajes que hace un año dejó la fábrica de pollos sin cabeza y se vino a Colombia a cumplir el sueño de todo mochilero: montar un chiringuito en una playa paradisíaca. Su chiringuito es el eco hostel que véis en la foto. Todo completamente sostenible, hamacas, libros y un montón de backpackers australianos, americanos, alemanes… Un lugar absolutamente encantador del que salí huyendo en cuánto pude.

Sí, no me he cogido una avioneta para venir al territorio más recóndito de Colombia para hacer que se enriquezca un americano buenorro que habla español con el mismo acento que Aznar hablaba en tejano pero incorporando cada dos por tres la palabra “ahorita”. No he venido a eso, ni a estar todo el día con mochileros guiris que no hablan español y con los que siempre tienes que contestar a las mismas tres preguntas: ¿Dónde has estado? ¿Cuánto tiempo llevas viajando? ¿Qué haces en tu país? Y que luego se te quedan mirando con cara de: ¿Y no me vas a preguntar: “And you?”  Sí,  ¡abajo la endogamia mochilera!

Así que cogí mi macuto y me fui al pueblo en busca de alguien que me alquilara un cuartito por unos días y por el que no tuviera que pagar tanto como en el eco hostel.  Enseguida oí un grito desde una casa completamente desconchada y parcheada con uralita: «¡Miiiiiiiha, a donde tú vah, ven a tomá un trago!!»  Y así supe, que había encontrado mi nuevo hogar.

*Es imposible convivir con una sevillana y no acabar haciendo chistecitos de “íbamos mas apretados que…“ o tengo más calor que…“ ¡Viva Andalucía!