Cuando uno piensa en los indígenas de Colombia, suele imaginarse a unas personas indefensas, entrañables y bajitas a la que hay que proteger a toda costa. Bueno, pues eso es hasta que conoces a los wallús.
Se supone que es una sociedad matriarcal pero en la práctica es un pueblo formado por mujeres que trabajan poco, y hombres que no trabajan nada. Y mira que esta tierra, aunque en la foto no lo parezca, es super rica en materias primas: un día Elena y yo nos pusimos a escarbar en la orilla de la playa y llenamos, en un momento, un cubo entero de coquinas (¡qué pena que luego a penas las pudiéramos probar porque los wallús son rápidos, muy rápidos a la hora de comer cuando les invitas!).
Los wallús viven en la Guajira, un desierto tan árido como su carácter, y su aspecto físico es extrañamente parecido al de los gitanos. Este sitio se hizo famoso porque aquí secuestraron hace unos meses a una pareja de españoles. Por supuesto los wallús no tuvieron nada que ver, ellos nunca habrían hecho eso, a ellos no les interesa nada que no se pueda comer.
Basándome en mi convivencia con ellos y para que les conozcáis un poquito más, he escrito, “Los diez mandamientos imaginarios de los Wallús”:
1) El wallú nunca disimula. Por eso, si estás cocinando, se acercará a ti, se morderá el labio de abajo con los dientes de arriba, y se pondrá a mirar sin pestañear lo que estás preparando. Sólo cambiará el gesto de la boca para comerse lo que inevitablemente le acabas dando.
*En realidad sólo pudimos cocinar el primer día, el resto de los días fue imposible porque los wallús nos robaron todas nuestras reservas de comida y también de agua. Un problema, teniendo en cuenta que estábamos en el desierto… por cierto, es falso que sin agua no se puede sobrevivir.
2) El wallú nunca sonríe al extranjero. Por más que éste trate de ser simpático o charlar con él. Ni siquiera si una española buenrollera le hace un dibujo con las letras de su nombre con toda la ilusión del mundo. En este caso, no sólo no sonreirá, ni siquiera mostrará ningún interés en quedarse con el dibujo en cuestión. *
*El dibujo se lo hice a un niño pequeño.
3) El wallú nunca deja que le hagan fotos. Da igual lo que insistas, que le pagues dinero, que le digas que luego se la enseñas en la cámara (algo que a los niños del Chocó les encantaba)… Este mandamiento imaginario nunca se lo saltan. Y para que veáis que no miento, podéis probar a poner en «Google Imagenes» la palabra wallú. No hay ni una sola foto. En su lugar, salen varias de Wally, ya sabéis, el de «Donde está Wally».
4) El wallú no pide las cosas, las coge. Aunque no las necesite para nada. Por ejemplo, aunque ellos obviamente no se queman, no dudan en cogerte la crema protectora y esparcírsela hasta asegurarse de que no queda nada o hasta que tú se lo quites.
5) El wallú no hace esfuerzos físicos. Pongo un ejemplo: un día iba por la calle andando tranquilamente comiéndome una bolsa de plátano frito cuando un wallú empezó a hacerme gestos como para que me acercara. Yo, feliz porque por fin un indígena quería comunicarse conmigo, fui hasta él. Cuando estaba a su altura, el tipo cogió mi bolsa de plátano frito, y la volcó sobre su mano. (recordad que el tercer mandamiento que dice que el wallú nunca pide las cosas). Amigo indígena, si quieres que te dé de mi comida, ¡por lo menos acércate tú! Vamos, digo yo… aunque a lo mejor es que soy demasiado etnocentrista…
Otro día aún más jarto Torito, el único wallú que no cumplía el mandamiento de no sonreÍr al extranjero, se sentó a mi lado a charlar en la playa mientras yo tomaba el sol. Me pidió que me levantara y me pusiera a su lado. Yo remoloneé porque estaba muy cómoda ahí tumbada, pero al final obedecí. Sí, a veces, para integrarse con otra cultura, hay que dejar a un lado las comodidades. Una vez que estaba a su lado de pie, Torito me miró y me tendió la mano. Sí, hizo que me pusiera de pie sólo para que le ayudara a él a levantarse.
6) El wallú no quiere alardear de que habla idiomas. Si le dices «no te voy a regalar mi boli porque no tengo otro (bueno, y porque no sabes escribir) hará como que no te entiende. Sin embargo a la hora de buscar un nombre para su perrito, un cachorrito monísimo que siempre andaba por allí, eligieron un nombre español: «SATANÁS».(….) ¿Qué necesidad había? Me los imagino diciendo “Satanás, dame la patita…” No hombre, no… por Dios …¡que se supone que no habláis español!
7) El wallú aprovecha cada oportunidad que le brinda la vida. Por eso, cuando vas en coche por el desierto, cada dos km (aprox) te encuentras con una cuerda que atraviesa el camino y que te impide seguir avanzando.
Entonces viene un niño wallú corriendo de entre los cactus y te pone la mano para que le des algo. Afortunadamente este impuesto revolucionario se puede saldar con un poco de plátano frito (con lo que les gusta, no entiendo cómo ésto no nos lo robaron también).
8) El wallú deja que el extranjero aprenda a partir de su propia experiencia. Un día me bañé en éstas aguas tan apetecibles con la regla y sin tampax (aunque lo parezca, esta información no es gratuita) Cuando salí, un wallú me preguntó que por qué me había bañado ahí cuando ahí era donde se bañaban los CAIMANES. (si supiera donde están, aquí metería un emoticono de una carita con los ojos muy abiertos). En fin, que aunque afee un poco la foto, un cartelito de «peligro caimanes» nunca sobra.
Pero bueno, sería injusto contar sólo lo malo de los wallús. Cuando nos íbamos, hubo uno que hizo algo que me llegó al corazón: un gesto con la mano como para decir adiós. Aunque no estoy segura de si quería despedirse… o que me acercara a darle algo.